sábado, 26 de noviembre de 2011

El 33 y dos formas de tomarse la vida

Para hablar del 33 antes tengo que hablar de mi amiga Jacinta, hermosa adquisición a la vida que me regaló la facultad. (Demás está decir que Jacinta Jacarandosa es su nombre artístico).
Nuestra amistad se fue consolidando a través de horas y horas de viaje en tren. No es que vivamos en Campana y la facu quede en el microcentro, ni que viajemos juntas al norte todos los veranos. Simplemente que, viajando todos los días, en la acumulación de un tren de media hora más un colectivo de otra media hora, hablando sin parar como locas nos hemos llegado a conocer mucho. Hablando, hablando y riendo.
Jacinta tiene un gran sentido del humor, y el don de ser feliz con poco, cosa que admiro mucho en la gente y en los potus. Me gusta creer que yo también tengo algo de esa habilidad. En parte por eso nos llevamos bien, no necesitamos mucho para  largar carcajadas, o para entretenernos con cosas que sólo a nosotras nos causan gracia. Este año, por ejemplo, nos las arreglamos para ponerle onda al viaje eterno y congestionado sorprendiéndonos con las elecciones estéticas de la señora vendedora de boletos del colectivo 33.
Me explico: desde el reducido espacio de su cubículo, la coqueta señora se dedica a adornar de forma efusiva y contundente todo aquel lugar acaso visible para el comprador de boleto. Estos son: UÑAS, escote y cuello. Claro, sucede que al estar escondidita en el puesto, su cara no es muy visible para el mundo. Queda oculta en la oscuridad. Entonces en un magnífico afán de coquetería, la señora se dedica a adornar con toda su capacidad creativa estos tres lugares. Especialmente las uñas, por eso las mayúsculas. 
Con Jacinta entonces nos dedicamos a esperar con ansias el momento de comprar el boleto en Retiro para después intercambiar opiniones de la elección cotidiana. 
Plateadas y con brillos, aleopardadas, con diseños de flores o simplemente fucsias y eternas, las uñas son siempre protagonistas. Y nos encanta. La señora también disfruta adornarse con pañuelos o colgantes y no le teme a un buen escote. Pero nada como las uñas.
Jacinta un día me comentó entusiasmada como pudo percibir un tatuaje en forma de ojo en el pecho de nuestra anhelada señora. Le creí, porque dudo que fuera capaz de mentirme con algo así, pero debo admitir que nunca llegué a apreciarlo. Mi atención siempre se la llevan las uñas. La única vez que pude levantar un poco la vista y hacer un barrido ocular vertical sólo pude contemplar con emoción la exquisita combineta: uña de leopardo- remera de cebra- pañuelo de leopardo con la que la señora decidió homenajear a la fauna salvaje un día como cualquier otro. Pero el ojo nunca.
Pasa que el tiempo de compra de un boleto es escaso, apenas llegará a los 15 segundos, y siempre hay alguien esperando atrás nuestro. Nuestra diversión es cotidiana, y ante todo, fugaz.
Hace un tiempo, Jacinta y yo estábamos arriba del bondi (habiendo ya deleitádonos con las uñas cotidianas). En un rapto de magia inusitada, divisamos dos asientos libres en el fondo y hacia ahí nos dirigimos felices. El tema es que eran asientos de la última fila del todo y no estaban juntos, había un tipo sentado entre medio de los dos. Para que se entienda,


Presuponiendo la bondad universal de todas las personas miré al tipo que estaba sentado en el medio y con sonrisa y voz aniñada le pregunté: ¿Nos dejarías sentar juntas?.
A lo cual me contestó: NO. 
Sin más; sin sonrisa, sin chiste, sin explicación más que (la que supongo) ser un hijo de frula en un mal día.
Este es el momento en el que me gustaría estar relatando un retruco ingenioso de mi persona , pero la verdad que sólo me salió decirle un irónico: Bueno, muchas gracias che, antes de sentarme en uno de los asientos al lado suyo. Como Jacinta se quedó parada enfrente mío, le pedí que se sentara en el otro asiento libre, del otro lado del malvado, pero no quiso. 
Para mí una buena pequeña venganza habría sido sentarnos una a cada lado de él, hablándole por delante sobre depilación de tira de cola, indisposición y toda una sarta de asquerosidades o chismes que le importasen un pito, y que no le quedara más que escuchar, por mala onda. ¡Pero Jacinta es buena!
Así que más que una buena venganza, me llevé la siguiente reflexión: hay dos formas de tomarse la vida. Podés ponerle onda gratuitamente, o todo lo contrario. Ser feliz con poco, y también dejar de hacer feliz con poco.
Aguante la primera. Y las uñas del 33, Jacinta, y el tattoo de ojo que jamás vi.




1 comentario:

  1. La imagen ilustrativa de los asientos del colectivo se lleva todos mis aplausos. Y esas uñas, son para el recuerdo.
    Ahh y ojalá algun dia logres ver el ojo (arriba, teta derecha). Jaci

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