miércoles, 17 de agosto de 2011

El clima, mi ropa, el señor Murphy y yo.

He llegado a descubrir que mi guardarropas siempre se acopla  perfectamente a las leyes de Murphy. Y no hablo de nimiedades del estilo "si llevo sweater hace calor" o "si salgo con paraguas hay sol". Esas son para principiantes. Yo me refiero al hecho de que la elección de mis atuendo cotidianos genera cambios climáticos de los más insospechados. (insospechados hasta que recuerdo la Ley de Murphy, y me condeno a mi misma por no tenerla más presente).
¿De qué hablo? De que, por ejemplo, cada vez que me pongo este vestido levemente "volátil"


hay un viento de la puta madre. Y tengo que cuidar la retaguardia. Y la delantera. Y caminar con los brazos bien pegaditos al vestido. Asique tome nota, si usted anda en necesidad de remontar barriletes, correr una regata o simplemente generar energía eólica, no dude un segundo, llámeme y le hago el favorcito de ponerme el vestido color coral. Si tiene consideración incluso me puede avisar por anticipado y voy a depilarme y todo.

¿Y estas botas usted se preguntará?
 Estás invocan no necesariamente lluvia; algo de eso puede haber, aunque lo realmente principal siempre son las baldosas mojadas, sin importar cómo se hayan mojado. Esas son cruciales, porque ahí mis botas pueden desplegar toda su capacidad deslizante y  jugar todo el tiempo con mi equilibrio, mi torpeza irremediable y mi miedo permanente de hacer el ridículo.
Una vez más, si usted  algún día necesita suspender un programa que no le divierte, quiere caminar románticamente bajo la lluvia o simplemente le da mucha paja regar las plantas, simplemente llámeme! Y me pongo las botas.
Hoy aparte de poner mi guardarropas al servicio del prójimo, comparto un nuevo episodio de "El clima, mi ropa, el señor Murphy y yo".
Resulta que me puse las botas esas que atraen baldosas mojadas. Y para mi no-sorpresa, cuando volvía de la facultad se largó a llover. Obvio. Consciente de las limitaciones adherentes de mis suelas y de mi torpeza clínica me encargué de caminar a ritmo de octogenaría por las 5 calles que separan mi casa del tren. Y lo hice muy bien, sólo me vi interrumpida con minúsculos desplazamientos involuntarios de mis pies, que fui compensando con movimientos de brazos espásticos y risitas nerviosas. Creo que tardé 15 minutos reloj en caminar las 5 cuadras. Y llegué a destino, de a poco, pero invicta.
...hasta que pisé esa fucking baldosa. Esa, la muy conchuda, que estaba justo en la puerta de mi casa. La que me agarró relajada y victoriosa. Todavía no entiendo como en una milésima de segundo aparecí completamente despatarrada en el piso. Pero no en una de esas caídas simpáticas, de señorita en aprietos, en las que amagás a apoyar una rodilla, una mano, o tenés la mínima decencia de caer sentado. No, mi caída fue más del estilo: comer baldosa, golpearme absolutamente todo el costado izquierdo, revolear la cartera para un lado, las llaves para el otro y armonizar todo perfectamente con un grito de cacatúa histérica. Y permanecer uno segundos en posición horizontal, riéndome como una desquiciada. ¿Qué más podía hacer?
Y bueno, al toque vino el señor a levantarme, cual anciana. Fue muy servicial, sólo que no entendió que yo necesitaba unos segunditos para terminar de reíme antes de volver a la normalidad vertical. El santo se aguantó todas las ganas de reírse, me ayudó y apenas susurró un discreto "tus llavés están allá" antes de irse con cara de situación.
 De regalo me llevé un chichón en la rodilla, un moretón en el muslo izquierdo, y un dolor de brazo que me persigue hasta en los movimientos más sencillos. Me duele cruzar mi pierna derecha sobre la izquierda y atarme el pelo.
Y bueno, el orgullo me dolió un poquito también...      ¡¡¡Pero mierda que me reí!!!  

3 comentarios:

  1. Excelente! Muy divertido

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  2. Gracias amigo invisible. Un placer compartir mi torpeza pública.

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  3. jajajajajaj sos lo más nena!
    te estoy viendo ahí tirada...y a medida que leía escuchaba tu risita.

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